Miguel Morilla «Atarfeño»

Pulse aquí para ver la portada Ideal de Granada del 3 de septiembre de 1934

Como aficionado y Atarfeño que soy, en más de una ocasión he querido consultar la vida y muerte de uno de los más ilustres atarfeños, Miguel Morilla Espinar, Atarfeño,  así como un mito dentro del toreo granadino y una de sus figuras cumbres, durante muchísimas décadas, llevándome la sorpresa que no encontraba ninguna información. Con el ánimo de paliar esto, nace este breve resumen esperando que sean capaces de perdonar sus múltiples carencias y limitaciones. Para su elaboración se ha consultado (como no) la “Biblia” de toreo,  El Cossio, y sobre todo de “Sueños, glorias y dramas del toreo granadino”  elaborado por el ilustre periodista de Ideal de Granada D. Francisco Martínez Perea, excelente persona, miembro destacado de la Tertulia Taurina los Tres Juanes de Atarfe y padre de la también cronista taurina Mª Dolores Martínez y editado por el ayuntamiento de Granada y la Caja General de Ahorros de Granada en 1999, dentro de la colección “Personajes y temas granadinos” al que le pido perdón por el plagio que hoy le hago(espero que en un futuro con la información que vaya consiguiendo y la que algún visitante de esta página me pueda hacer llegar deje de serlo), pero dada la gran cantidad y calidad de información por el recogida he preferido copiarlo casi integramente.MIGUEL MORILLA ESPINAR , Atarfeño nació en Atarfe (Granada)  el 17 de noviembre de 1909. El año 1926 torea un becerro en su pueblo que es su bautismo taurino, y el 1 de mayo del siguiente año sale en Granada por pri­mera vez vestido de luces con Perete y Joseíto de Granada, y ganado de López Quijano. L poco tiempo debuta con picadores en  en Priego, en compañía de Parrita y Parejito. El año 1928 sigue luchando por salir del anó­nimato, cosa que logra en 1929 pre­sentándose en Madrid el 17 de mayo y luego torea 30 novilladas, y fue muy aplaudido en casi todas ellas, pues mata con facilidad y cierto estilo y torea con soltura y gracia En 1930 ya su labor no es tan lucida y menudean menos los aplausos. Son 24 sus actuaciones. Aún es más deficiente su campaña del 1931 : bajan las corridas a 11 y no oye apenas palmas. Continúa el descenso el 1932 con ocho corridas. Sigue sin salir de su apatía o de su impotencia en 1933, con 11 novilladas. Llega 1934 y Atarfe­ño hace un esfuerzo con miras a la alternativa y aumentan las palmas y, por consecuencia, las corridas. Diecinueve llevaba toreadas cuando le anuncian en Granada para matar seis novillos de Rufino Moreno Santamaría. Esta era la corrida llave de la alternativa que tomaría en octubre y nada menos que de manos de Belmon­te, pero el pobre Atarfeño quedó en el camino. Seis años después de inaugurarse la Nueva Plaza, el día 2 de septiembre de 1934, en la demolida plaza del Triunfo, Atarfeño, deja de ser la esperanza taurina de Granada para convertirse en triste leyenda. El joven novillero entrega su vida en el ruedo a cambio de la negra gloria del ídolo caído y de la inmortalidad de un toro berrendo en negro, de nombre Estrellito, una inmortalidad inmerecida por su condición de manso, áspero y ‘con sentido’. Atarfeño se despedía como novillero en su tierra y quiso hacerla matando seis novillos-toros. El soñado y ansiado doctorado no iba a tener a sus paisanos como testigos ya que estaba previsto en la plaza del Puerto de Santa María -nada menos que con el maestro Juan Belmonte de padrino- y por eso tal vez Miguel no dudó en encerrarse en su querida Plaza del Triunfo con seis astados grandes y cornalones. Era un gesto de paisanaje que pretendía ser también gesta importante, truncada fatalmente durante la lidia del segundo toro, cuando el citado Estrellito berrendo en negro, gordo, gran­de y manso, que había llegado al último tercio con mucho poder y avisado, le corneó brutalmente en la ingle y le secciono la arteria femoral y la vena safena. Fue al darle el tercer pase de muleta, falleciendo  a poco de entrar en la enfermería. Atarfeño ganaba esa tarde mil duros y estrenó un terno azul y plata. El novillero Epifanio Bulnes, que actuaba de sobresaliente, despachó tres toros, pues al conocer el público la muerte del torero hizo que se suspendie­ra la corrida. Los astados de aquella tarde no eran todos del hierro anunciado de Rufino Moreno Santamaría, de Sevilla. Dos de ellos pertenecían a la ganadería de Julio Garrido de Vílchez, de Jaén. Estos dos Últimos, desecho de tienta y cerrado, como los restantes, llevaban al parecer dos meses en los corrales de la plaza y Atarfeño, que confiaba poco en su juego, ordenó que no salieran al comienzo de la corrida. Quería el torero alcanzar el triunfo desde el primer toque de clarín y tenía más fe en poder hacerla con los novillos de Rufino Moreno. Miguel Morilla, Atarfeño, que viste para la ocasión de azul celeste y plata, sale decidido. Está con enormes ganas y se deja notar en el que abre plaza, a pesar de que no puede hacer faena de orejas. Una vuelta al ruedo es el premio a su meritoria labor.Estrellito, segundo de la tarde, ya está en el ruedo. Manso y peligroso, toma cuatro puyazos y tres pares de banderillas. Miguel advierte las dificultades de su enemigo nada más instrumentarle un pase por bajo, según se relata en IDEAL, periódico que dedicó cinco páginas a la cogida y muerte del espada granadino: «Inicia Atarfeño la faena de muleta con un pase por bajo y huye del toro; dos más después de buscado y cambia la espada con la que estaba haciendo la faena por la de muerte. Otro pase por bajo y al dar el segundo, delante del tendido uno, casi en el centro del redondel, el astado engancha al matador, metiéndole la cabeza entre las piernas. Tira el toro la cornada y el torero sale despedido por los aires; la res lo busca en el suelo y lo pisotea, rompiéndole la taleguilla. Hay un lío en los peones y, al fin, Jesús Fandila, en un rasgo de valentía, lo saca a rastras de los cuernos del toro. ‘Atarfeño’ se pone de pie y se sacude la taleguilla con ánimo de continuar, pero al verse el muslo manchado de sangre se apoya en el citado banderillero y se dirige hacia el más próximo burladero, desde el cual, en brazos de las asistencias, pasa a la enfermería, dejando un reguero de sangre por el callejón. La cogida ha producido una enorme impresión en el público que, desde el primer momento, se ha percatado de la importancia del percance”. Miguel Morilla también fue consciente desde el primer momento de la gravedad de la cornada. «Cogedme bien que me caigo», le dice a Fandila y a su hermano José, que le ayudaron a levantarse. «Que me desangro, que me muero,» añade el torero. Un monosabio y el futbolista Pepe Carmona, íntimo amigo suyo, lo llevan hasta la enfermería, donde el doctor Francisco Fernández Cambil le opera inmediatamente en unas condiciones dramáticas. Del patetismo de la situación vivida en la enfermería ha quedado el testimonio gráfico de Torres Molina publicado en IDEAL y que aquí reproduzco en el que puede verse al diestro con la cabeza fuera de la camilla totalmente inclinada hacia atrás. La enorme pérdida de sangre hacía temer un fatal desenlace y se pretendía de esta forma que no dejara de circular el flujo sanguíneo por el cerebro. «Me derramo por la vegija, me muero «, le comenta angustiado Atarfeño a los médicos, que tratan desesperadamente de reponer la sangre y ligar las arterias y venas. «No hagáis nada, todo es inútil, quiero morirme para no sufrir más», suplica el torero, que pide a los amigos: «Id por mi hijo corriendo. ¡Hijo mío!». El niño estaba con su abuela materna en el hotel San Pedro y no pudo ver a su padre con vida. Atarfeño moría instantes después, a las siete menos veinte de la tarde, rodeado de los médicos, de su ex apoderado, Vicente Benítez, de Joaquín Sabrás, catedrático en Madrid y amigo de Miguel, y del periodista Juan García Canet, Juanito. En una habitación contigua se encontraban los hermanos del torero, su suegro y gran número de amigos y curiosos. También estaba en las dependencias de la enfermería el picador Francisco Embiz, Chófer, lesionado por el tercer novillo y que esperaba, conmovido por el drama, asistencia médica. Años después, Francisco Embiz también pasaría a engrosar la lista de víctimas de la fiesta por un fatídico percance ocurrido en la Plaza de Toros de Málaga. El parte facultativo emitido por el doctor Fernández Cambil, jefe médico de la enfermería, define así la cornada: «Una herida en el tercio superior de la cara interna del muslo izquierdo que secciona los músculos aproximadores, arteria femoral, vasos colaterales y vena safena. Pronóstico gravísimo». El dictamen de la autopsia realizada por los forenses Francisco Sánchez Gerona y Damián Balaguer, con auxilio de los practicantes Molina de Haro y Olóriz, confirma la herida. Dice así: «La herida se encontraba en el tercio superior de la cara anterior del muslo izquierdo con dirección de abajo arriba y de dentro a fuera. Presentaba destrozos de los planos musculares e interesaba el paquete vásculo-nervioso de dicha región. La arteria y venas seccionadas causantes de la hemorragia intensa que originó la muerte aparecían todas ligadas. La herida tenía una longitud de 15 centímetros. Al abrir la caja torácica se aprecian los síntomas propios del colapso originado por la hemorragia». José Luis Entrala, autor de un formidable y extensísima trabajo sobre la vida y tragedia de Miguel Morilla, Atarfeño, publicado en IDEAL en 1988, analiza con gran rigor, a través de testimonios directos y de documentos escritos, las circunstancias que rodearon la muerte del torero granadino. Gracias a ello se ha podido saber que la situación en la enfermería se complicó notablemente ante la carencia de suero, que era necesario inyectar en grandes cantidades para suplir la falta de sangre. Los periódicos denunciaron que incluso faltaba la jeringuilla para inyectar el suero y que alguien fue corriendo a traerla a la Casa de Socorro, distante varios kilómetros de la Plaza del Triunfo. ¿Fue mortal de necesidad la herida de Atarfeño? ¿Existieron los medios oportunos para evitarla? ¿Tuvo el torero la asistencia debida? Las interrogantes han quedado despejadas con la prudencia, ambigüedad y reserva que un hecho así aconseja. Lo único que sí está claro es que aquella aciaga tarde del 2 de septiembre de 1934 murió un torero y se desvanecieron muchos sueños de gloria. El mencionado José Luis Entrala llega a la conclusión de que, aparte del precario estado de la cirugía en 1934, Atarfeño se debió encontrar con todo esto para poder salvarse: 1) Una enfermería mejor dotada, sin que faltaran suero y jeringuillas. 2) Un cirujano verdadero especialista, aunque la actuación del doctor Fernández Cambil fue de lo mejor que podía hacerse en aquel momento. 3) Los medios y las personas más adecuadas para hacerle una inmediata transfusión de sangre, ya que en aquella época no existía la sangre envasada, que hoy es obligatoria.  El tristemente célebre Estrellito fue matado por el sevillano Epifanio Bulnes, que actuaba de sobresaliente. Necesitó de cinco pinchazos, media estocada y dos descabellas para acabar con el novillo, que fue pitado en el arrastre. Bulnes también lidió al tercero, de Garrido, que contra lo que auguraba Atarfeño fue bravo y noble. y aunque Epifanio no era ajeno al drama que se vivía en la enfermería, aún tuvo entereza de ánimo para matar al cuarto, de Moreno Santamaría, en el que dio la vuelta al ruedo. Cuando sale el quinto, de Garrido, la noticia de la extrema gravedad de Atarfeño corre de boca en boca y llena de consternación los tendidos. El astado, manso, es condenado a banderillas de fuego y justo cuando El Cabezas coloca un par, Miguel Morilla expira en la enfermería. El presidente, Emilio Montalvo, decide la suspensión de la corrida. La tragedia se ha consumado. Al tiempo que los cabestros retiran del ruedo al toro, Bulnes y todos los componentes de la cuadrilla, ese día numerosa, rompen a llorar desconsoladamente camino de la enfermería. Ponce, Parrita, Payán, Mulillas, Gabriel Moreno, los hermanos Chavito… no aciertan a creer que Miguel, tan lleno de ilusión y vida una hora antes, sea el hombre que yace allí inerte, terriblemente pálido y con la angustia de la desesperación grabada en sus ojos. Los terribles momentos que siguieron a la muerte del espada quedan fielmente reflejados en una breve semblanza publicada en IDEAL: «Ha llegado la noticia de la muerte del diestro a la plaza. Ha sido un mozo de espadas quien la ha traído. Ha salido pálido y tembloroso. En el movimiento de sus labios, más  que en las palabras, que no llegaron a salir de su boca, adivinamos toda la tragedia: ha muerto ‘Atarfeño’. Rápida, como estampido de rayo, ha volado de tendido en tendido la maldita noticia. Todo el público se ha puesto en pie; todos los lidiadores se han descubierto y la lidia se ha dado por terminada. Hemos penetrado en la enfermería. En una de las camas está Miguel Morilla. Está pálido, con una palidez muy oscura por la intensa hemorragia. Un pañuelo pretende inútilmente mantener cerrados los labios finos del gladiador». «Me he separado del lecho. En mi rincón está, sucio de sangre y lágrimas, el traje del torero. Casi no puedo escribir y las notas se amontonan en el ‘block’ y no dicen nada pretendiendo decirlo todo. Allí, frente a lo que hace unas horas era el traje más vistoso de todos los luchadores, he comprendido toda la barbarie de la fiesta. El ídolo popular ha muerto. Ahora le toca el turno al romance, a la leyenda, a la copla… “ La capilla ardiente fue instalada en la misma enfermería, donde el cadáver de Atarfeño fue velado por sus amigos y por infinidad de aficionados de Granada y Atarfe.  Luisa Jiménez, la esposa de Atarfeño, mujer bellísima, residía con el torero en Madrid, donde se encontraba el día de la corrida. Supo de la cogida de Miguel el mismo domingo a través del apoderado del torero, Justo Amorós, con el que viajó esa misma noche en tren hacia Granada. Un largo viaje y una noche de pesadilla en la que Justo Amorós tuvo tiempo de ir preparando a Luisa -ignorante aún del triste final de Miguel- para lo peor. Ambos llegaron a Granada a las nueve de la mañana y minutos después Luisa se abrazaba al cadáver del torero presa de un ataque de nervios. Ni Luisa ni ninguna mujer -no era costumbre en aquella época- asistieron por la tarde al entierro. La llevaron directamente al Casino de Labradores de Atarfe, donde estuvo recluida en una de sus salones de la segunda planta. En Granada la salida del cadáver constituyó una impresionante manifestación de duelo, que se repetiría después cuando a las siete de la tarde, con todo el pueblo de Atarfe en la calle, el féretro con los restos del infortunado Miguel era conducido hasta el cementerio de su localidad natal. Escenas de dolor se sucedieron a lo largo de todo el día, pero ninguna tan desgarradora como la que Luisa Jiménez protagonizó al salir al balcón del Casino y gritar desesperadamente mientras veía alejarse el cortejo fúnebre.  Concepción Espinar Pinteño, la madre de Miguel, no pudo gritar su dolor porque, enferma de cáncer y postrada en cama, los familiares le ocultaron la noticia. El sábado, un día antes de la corrida, Miguel estuvo en casa de su madre y doña Concepción le dijo al torero: – «Miguel, el dinero que ganes con esta corrida servirá para mi entierro; a lo mejor cuando vuelvas mañana me encuentras de cuerpo presente, pero no dejes de venir por si puedo abrazarte por última vez». Miguel, que tenía estipulado esa fatídica tarde un fijo de 6.500 pesetas, más un 5% de los ingresos brutos de taquilla -sus representantes cobraron algo menos de 10.000 pesetas- volvió a Atarfe, pero no pudo abrazar a su madre. Las palabras premonitorias de doña Concepción se habían cumplido, pero con los papeles cambiados. Relata José Luis Entrala lo que José, el hermano de Atarfeño, le contó muchos años después: – «Mi madre no se enteró. Estaba muy enferma y no se lo dijeron. Pero como las campanas doblaban mucho, de hora en hora, mi madre le preguntó a mi mujer». – «¿Quien se ha muerto que tanto doblan?» – «Un señor de Granada». – «Pues así será el señor ese, que hay que ver de que manera doblan todo el día”. – «A. la mañana siguiente -sigue recordando José- le dijo mi madre a mi mujer»: – Hay que ver el sueño que he tenido esta noche, que estaba yo en el balcón y he visto pasar un entierro muy grande, muy grande y la gente no hacía mas que mirarme».  La guapa Luisa Jiménez, viuda a los 21 años, era una mujer independiente y decidida. Tal vez por eso no reparó en afrontar su propia aventura taurina, seguramente deslumbrada por las tentadoras ofertas de avispados promotores. Pudo hacer cine en Hollywood -ofertas tuvo- pero renunció a ello. Luisa, animada a lo mejor por un deseo de vengar a su esposo, prefirió desafiar los riesgos del toro y enfrentarse a las críticas de los detractores de su ilógica iniciativa. Llegó a torear entre 30 y 40 becerradas, unas veces de luces y otras con traje campero, y en los carteles, junto a su nombre, como principal reclamo, figuraba siempre el añadido de “La viuda de Atarfeño”. Los éxitos fueron escasos y siempre cuestionados, pero el público solía responder. Al estallar la guerra, Luisa Jiménez se encontraba de visita en Guadix, donde residía su familia, y fue detenida. Permaneció tres años en la cárcel de Baza, mientras su hijo, Miguelito, crecía en casa de los abuelos. La carrera taurina de Luisa acabó el mismo día que la detuvieron. Con el tiempo volvió a casarse en otras dos ocasiones -la última con 60 años- y en ambas enviudó de nuevo. No tuvo más hijos que Miguel y falleció el 2 de octubre de 1983, a los 71 años de edad. Fue duramente cuestionada por la mayoría de los amigos del infortunado Miguel, por la crítica especializada de la época y, periódicamente, cada vez que se recordaba la cogida y muerte del torero de Atarfe, por cuantos investigaron los sucesos acaecidos a raíz del fatídico 2 de septiembre. Nunca le perdonaron su devaneo taurino. Gracias al investigador granadino José de la Torre Calvín, que lo publicó en Hoja del Lunes de Granada el 9 de febrero de 1981, se supo que Federico García Lorca escribió poco antes de su muerte, entre mayo del 1935 y julio del 36, el siguiente poema dedicado a Luisa Jiménez: Granaína y morena rítmo y rango aire, clavel y albahaca tu fino cuerpo en la castiza capa y en tus labios los ecos gitanos de un tango.  El amor te hizo torera sangre y arena que un toro mató a ‘Atarfeño’ torero de clara vena y quieres vengar su muerte por no morirte de pena.Luisa Jiméneztorera gitana estampa morena rítmo y rango.  En tus pupilas serenas se hace más honda la pena nostalgia de un fandango.  Sol amarillo caliente sombra y luto de la Plaza donde un torero valiente de ibera alegoría buscó gloria y halló muerte.  Alma de mi Andalucía guitarra de rubio vinagre que no cese la alegría que no falta en su tumba la flor de una bulería y por corona el cordobés de ancha ala la gala triunfal la gala de la alegre Andalucía.  Durante todo el mes de septiembre la Granada taurina y la no taurina se volcó con la familia de Atarfeño, sobre todo a raíz de que Emilio Entrala Durán publicara el 4 de septiembre una carta en IDEAL en demanda de ayuda para el hijo del torero. La solidaridad no se hizo esperar y pocos días después estaba constituida una comisión para el homenaje al infortunado Miguel, integrada por varios comités. La Agrupación de Subalternos de Granada se ofreció en pleno para tan humanitario acontecimiento y hubo un auténtico aluvión de gestos desinteresados, no sólo por parte de las personas relacionadas con el mundo del toro, sino también de particulares poco aficionados que quisieron mostrar su adhesión a la viuda e hijo del torero muerto. El festival benéfico quedó fijado para el 30 de septiembre en la por entonces Nueva Plaza de Toros y el éxito fue rotundo. Los organizadores compraron ocho novillos de Sebastián Izquierdo, de Linares, por 6.500 pesetas y el cartel inicial lo formaron Atarfeño Chico, Paquito Rodríguez, Chicuelo, Antonio Posada, Luis Fuentes Bejarano, Rafael Vega, Gitanillo de Triana, Juan Martín, Chiquito de la Audiencia y Manuel Zarzo, Perete. No pudo desplazarse finalmente Chicuelo -su lugar lo ocupó Cayetano Ordez, Niño de la Palma- ni tampoco pudo cumplir su promesa Luis Fuentes Bejarano, que había embarcado para América. El puesto de éste último lo cubrió el recién doctorado Diego Gómez Laínez. Ni que decir tiene que la plaza, bellísimamente engalanada ese día, se llenó y que, además, los toreros pusieron todo de su parte para que el éxito artístico estuviera también a la altura de las circunstancias. Avanzado el mes de octubre, una vez que fueron presentadas y aprobadas por la comisión organizadora las cuentas del festejo, el hijo de Atarfeño recibió 25.961 pesetas, cantidad que le fue entregada a la viuda del torero. El dinero fue invertido en la compra de una casa a nombre de Miguelito situada en la calle Boteros. Según el Cossio Atarfeño fue un buen matador y discreto con capote y mule­ta. Quizá hubiera llegado no a un pues­to sobresaliente en la torería, pero sí a ocupar esa cola de las grandes figuras, con quienes alternan y a las que a veces vencen. La tarde de su presentación en Madrid obtuvo un triunfo ruidoso, pues le dieron orejas y le llenaron de ovacio­nes. Después, como ya hemos dicho, decayó, y al pretender resurgir, una cor­nada traidora de manso termina con su vida esa tarde granadina tan soñada del 2 de septiembre.